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Las personas demandamos acciones sobre los perros, esperamos cierta actitud ante ciertas cosas, es una relación parecida a la que tenemos con nuestro entorno interactivo. Es predecible lo que se quiere de un iPod, iPad, teléfono móvil, ordenador, etc., predecible la respuesta de éstos y la frustración por no conseguir lo pretendido del aparato.

Esperamos una respuesta automática del perro como si se tratara de un ordenador.

Un ordenador no funciona por sí solo, necesita hardware (componentes de parte material), software (programas, instrucciones y reglas informáticas para ejecutar ciertas tareas) y así ser capaz de interpretar las instrucciones contenidas en los programas y procesar los datos. Lo programamos por ejemplo para comprobar dos números, pero da error si cuando pone “introduzca número:” se introduce una letra. La ejecución correcta del programa se produce cuando se introduce el número.

Podemos enseñarle a un perro nuestras instrucciones, reglas, costumbres, funcionamiento… aun así, ellos también disponen de una estructura complicada, delicada e importantísima: El Sistema Nervioso, el cual se organiza a partir de las neuronas, controlando rápida, voluntaria o involuntariamente el funcionamiento del cuerpo. Recibe, organiza y transmite los estímulos que le llegan para que el organismo responda correctamente.

Un estímulo tiene un significado, provoca una respuesta, hace que cambie un comportamiento, etc. Los estímulos forman parte del aprendizaje, y recordemos que los perros aprenden por asociación. Un perro que vive con personas sabe que es un despertador, timbre, teléfono, sonido de las llaves, olor a comida, ambientador… Pero el significado es distante al nuestro ¿Qué aprenden de esto?

Hay grandes diferencias entre un ordenador y una vida, podríamos quedarnos en que los ordenadores no tienen emociones ni sentimientos o alargar la lista. Cuando nos llega un “juguete interactivo” para personas nuevo, antes de usarlo o incluso de comprarlo miramos las instrucciones, pensamos si seremos capaces de utilizarlo, conservarlo, etc. No sucede lo mismo en algunos casos con la vida del perro.

Es imprescindible la reflexión personal “sobre la ejecución de órdenes en cualquier momento”. Poner nombre a un comportamiento no equivale a crear un programa para comprobar dos números con los seres vivos. Es fácil poner nombre a un comportamiento, pero sólo con eso no se aprende. Aprenderlo, tampoco conlleva la necesidad u obligación de realizarlo siempre. Es lógico que un perro tenga buenos modales respecto a su familia, pero no es incompatible para que ésta cuide también de sus modales caninos y los respete.

Hacemos (voluntaria e involuntariamente) un esfuerzo diario para estar a la altura de la tecnología, no dejando de aprender. Inmersos en la rutina de trabajo, horarios, ocio, descanso, comida, deporte, pasear al perro, comprar, dormir, lavarnos los dientes… se cae fácilmente en no respetarle, en no tenerle en cuenta.

Del mismo modo que aprendemos con la tecnología, podemos aprender con y de nuestros perros.

Aprender cómo “funcionan”, cómo nos observan para intentar aprender como funcionamos, de cómo tratan de evitar conflictos, es algo casi rutinario en las personas aprender cómo funciona algo.

Comunicarse con ellos usando señales visuales, aprender cómo nos entienden a través de los movimientos corporales, disponemos de la paciencia suficiente para ello puesto que aprendemos como funciona una “nueva actualización” de nuestro programa o aplicación favorita.

Respetar sus instintos, del mismo modo que no se le pide a la licuadora hacer una hoja de cálculo.

Aplicar conocimientos. Un perro está “diseñado” para soportar un periodo de estrés corto y un descanso muy largo. Dejarle descansar, evitar que el artilugio “se recaliente”.

Recordar que incluso un ordenador no obedece siempre (se cuelga, tiene virus…) y que la personas tampoco hacen siempre caso a los perros.

Subir la confianza dejando que explore, use la nariz, etc., al igual que instalamos programas para mejorar el rendimiento de nuestros aparatos.

Esperar unos segundos ante un “comportamiento inadecuado”… dura segundos. Las personas demuestran que gozan de gran paciencia cuando instalan un nuevo programa en el ordenador y dura minutos, incluso horas.

Ser pacientes, dejarle olisquear, saludar, comunicarse… del mismo modo que cuando una persona está “haciendo algo” delante de un aparato se respeta.

Usar la empatía, ponerse en su lugar, es una de las grandes cualidades del ser humano, usarla.

Los perros aportan cosas que las máquinas no son capaces de aportar, no dejan de aprender, de enseñar, permanecen al lado, perdonan, arrancan grandes sonrisas… Es interesante pararse un momento y observar como estos seres tan especiales llevan tantos años junto a las personas. Aprendamos.

Algo sumamente importante a destacar es que cada vez más personas se interesan por el bienestar de sus amigos de cuatro patas, personas que deciden que por ellos no dejarán de aprender…

Es lógico y lícito, que una persona vea dificultades a la hora de aprender de, con y para los perros durante su esfuerzo.

El truco, sería quizá no buscar trucos ni atajos, no desear un comportamiento por encima de todo, mucho muchísimo respeto, empatía, paciencia, tolerancia, observación… restar importancia a “pequeños detalles” normales para ellos y que nos disgustan tanto a las personas, igual que ellos se la restan a los nuestros, lograr actuar con la naturalidad y afecto que tenemos con un amigo y que se va fortaleciendo con el tiempo.

La dificultad, no es más ni menos que la misma a la que estamos acostumbrados en nuestra rutina. El valor de la amistad de un amigo canino es incalculable.

Autora: Cinta Marí

Artículo publicado en la revista REC+ nº 6

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