De adopción, vínculo y respeto.

Texto de Marga Pérez.

Hace algunos años ya, nos decidimos a adoptar a nuestra perra, Bresca. Un cúmulo de situaciones vitales y familiares se alinearon para que ese (y no otro) fuera el momento indicado para hacerlo. Teníamos muy clara la gran responsabilidad que implicaba tener un animal a cargo y queríamos hacerlo muy bien.

En este artículo trataré de dar mi testimonio como parte del proyecto final del curso “Aprendiendo a Educar desde el Respeto” de DogCalm en 2020, impartido por la gran maestra Cinta Marí. Si esta experiencia puede ser de utilidad a otras personas que se encuentren en una situación parecida me daré por doblemente satisfecha.

Entrando ya en materia, sucedió que teníamos claro los asuntos de intendencia básica para incorporar un perro (dónde dormiría, distribución de los paseos, veterinario, etc.) y disponíamos de recursos económicos, de tiempo libre y compromiso para poder incorporar al animal a casa. Pero lo que no sabíamos era el desconocimiento profundo que teníamos de lo que era un perro. Sí, ese animal que todo el mundo conoce, que tenemos tan próximo desde hace miles de años, del que todo el mundo se atreve a hablar, resulta que nos era totalmente ajeno. Nos gustaban, sí. Desde pequeña yo quería tener uno, sí. Miraba todos los perros por la calle, también. Miraba todos los programas caninos de la tele, por supuesto. Pero no teníamos ni idea de cómo era un perro real, sus necesidades, cómo se relacionaban, aprendían…nada de nada.

Bresca

Seguimos…Después de pasar por algunas protectoras, conocimos a Bresca, una perra adulta, mestiza (mezcla de pastor con nórdico) y sentimos al instante que la escogida era ella. No sé explicarlo, pero fue un flechazo. Pasaron unas semanas más de búsqueda y reflexión, pero la imagen de Bresca seguía en nuestra cabeza. Volvimos un par de veces más a la protectora y la última ya fue para formalizar la adopción. El momento del trámite en la pequeña oficina fue muy emocionante. Nos la trajeron, nos miró, estuvo olfateando con interés nuestras piernas y pies y, con toda su parsimonia y elegancia, caminó gentilmente a nuestro lado hacia la furgoneta, como si siempre hubiera sido así. Le abrimos el portón y subió con total naturalidad, como si realmente supiera que íbamos a ser su nueva familia, sin mirar atrás, mientras decenas de perros seguían ladrando, lacónicamente. Fue una experiencia inolvidable.

Las primeras semanas fueron muy fáciles, ella de alguna manera nos indicaba como responder a medida que nos encontrábamos en situaciones que desconocíamos, nos dejaba intuir cómo debíamos reaccionar. Ahora veo que se mantenía en un discreto segundo plano, interactuando muy poco con el resto de personas y mostrando un carácter reservado, muy tranquilo e independiente.

Pasados unos pocos meses, pensé que yo tenía que poder hacer algo más, ser más proactiva. Quería trabajar en el vínculo (aunque en ese momento no hubiera utilizado esa palabra) y sentía que quería poder relacionarme mejor con ella. Quería poderla dejar libre en el paseo, que hubiera más confianza entre nosotras. Sentía que quizás me faltaban estrategias para poder acceder a ella, poderle enseñar a hacer cosas, jugar mejor con ella. En definitiva, me sentía muy novata e insegura.

Yo iba muy atenta a cómo funcionaban el par humano-canino en las distintas situaciones en que los veía, por la calle, en la montaña, en las terrazas. Observaba sus interacciones, cómo se relacionaban. Escuchaba los consejos que me daban algunos conocidos, pero veía que mi perra era un poco diferente a la gran mayoría de perros que me encontraba y esos consejos no encajaban con nuestra manera de ser. Por poner un ejemplo, no me apetecía darle tirones al cuello, llevando ella el collar, para evitar que tirara…ni demostrarle que era yo quien mandaba situándome siempre por delante suya…

Quizás en este momento equivoqué el foco, debí dejar de mirar al exterior y a otros perros y vidas y debería haberme centrado más en conocer y observar a Bresca para poder entenderla mejor. Quizás también perdí de vista que era una perra adulta, con un pasado desconocido y que llevaba muy poco tiempo viviendo en casa. Para no seguir culpándome puesto que ya no tiene remedio, obviaré que seguía sin conocer aspectos básicos sobre el funcionamiento de los perros (cómo se comunican, cómo aprenden, qué necesitan, etc.). Ni tan siquiera era consciente que carecía de esa formación.

Así que decidimos buscar ayuda para trabajar aspectos como la llamada, el caminar sin tirar, el fuerte instinto de caza que mostraba, el no querer jugar a la pelota o el no interesarse en absoluto por la mayoría del resto de perros. También teníamos ciertos problemas con la alimentación (comía mal y no digería bien) y mostraba claros signos de inquietud cuando se quedaba sola en casa.

Aquí fue donde nos dimos de bruces con la manera “tradicional” de tratar al perro respecto a su educación y nuestra interacción con él. Con aspectos como la dominancia, el sometimiento, etc. lamentablemente aún vigentes. En nuestro fuero interno sentíamos que no queríamos relacionarnos con Bresca con “toques” en el costado si no iba pegada a nuestro lado, ni corregirla constantemente si se adelantaba, ni dejándola sola en casa sin más, que ya se acostumbraría. Pero todas las pautas que recibíamos iban dirigidas a controlarla de manera física (conteniéndola) y quizás peor aún, a imponerse a sus gustos y maneras de actuar naturales en un perro (no tener tiempo de olfateo, evacuar casi a la orden…).

Comprobamos claramente que si usábamos maneras poco respetuosas para intentar dirigir sus acciones o preferencias provocaba un alejamiento patente entre nosotras en lugar de provocar el efecto contrario, que era lo que buscábamos. No tenía sentido controlar la comida y dejar que sólo la tuviera a su disposición un breve periodo de tiempo, para así conseguir que se acostumbrara a comer cuando se lo pedíamos. No queríamos acostumbrarla a que dejara de tener pánico a los petardos a base de tirarlos delante de ella, ni obligarla a entrar al agua, aunque mostrara claramente que no quería hacerlo porque los perros deben nadar.

En muchas de las situaciones que nos proponían corríamos un grave riesgo de inundar a nuestra perra con exposiciones tan invasivas e intensas que, claramente, no tenía capacidades de gestionar de esa manera.

Viendo que nuestro vínculo no sólo no mejoraba, sino que se debilitaba, nos propusimos dejar de aplicar cualquier recomendación invasiva, poco respetuosa o directamente violenta y empezar a analizar por qué no nos funcionaba con Bresca.

Este profundo análisis pasó inevitablemente por observar y entender quien era el individuo que teníamos delante y que, ante todo, se merecía ser tratado con respeto. Hubo mucha más observación, periodos de ensayo error, momentos en libertad en que podíamos ver lo que realmente la motivaba, momentos en que la podíamos acompañar en sus miedos, momentos en que se mostraba cercana, otros en que se alejaba… Revisamos cuando le gustaba ser tocada y cuando no, que necesitaba contacto, pero no constante. Entendimos que era feliz en casa y que nos lo mostraba a diario, claramente. Pudimos entender y aceptar que Bresca era así, con su propio carácter, sin interés por pelotas, ni demasiada interacción con otros perros o personas, pero con unas cualidades que la hacían única aunque no se ciñera al “ideal” de perro que podemos tener en la cabeza.

Para resumir, especialmente si tratamos con adultos adoptados, se debería tener claras las siguientes premisas:

  • RESPETO al individuo. Una buena relación no se puede basar en castigos, intimidación y relaciones de poder.
  • TIEMPO. Dar tiempo al animal, ser pacientes y dejar al perro que  marque el ritmo de adaptación a su nueva hogar es vital para que tenga confianza en él y podamos ser un buen referente.
  • NO FORZAR al perro hacer cosas que no quiere o puede hacer.
  • Por último pero no menos importante, utilizar MATERIAL DE PASEO adecuado, (preferiblemente arnés y correa larga).

Por suerte, Bresca ha sido nuestra gran maestra porque es una perra fuerte, equilibrada, sabia, paciente y que ha sabido como enseñarnos a pesar de nuestra ineptitud como humanas.

Ahora que ya ha pasado más de 7 años desde que estamos juntas (esperando que sean muchos más) es cuando he tenido la oportunidad de poderme formar y hacer un curso de EDUCACIÓN CANINA en mayúsculas, donde todas las compañeras hemos profundizado en el conocimiento del perro, sus etapas de desarrollo, las estructuras para su aprendizaje y su relación con el entorno. El porqué de determinadas conductas y los cimientos para poder establecer una relación perro-humano sana y satisfactoria para ambas partes.

En definitiva, creo que los perros muchas veces nos permiten que seamos muy torpes y desafortunados en nuestras relaciones con ellos y aunque son muy resilientes, esto no es excusa para que no hagamos el esfuerzo de entenderlos y permitirles vivir la mejor vida que podamos, ya que somos nosotros quienes decidimos incorporarlos a nuestro loco mundo y vida acelerada. Es nuestra obligación como humanos formarnos, leer y buscar la manera más respetuosa de estar con ellos.

Muchas gracias a Cinta por tu sabiduría, por querer compartirla, por el apoyo y por el ánimo. Este artículo se ha ido cocinando a fuego muy lento desde agosto pasado y es gracias a tu inspiración. No quiero olvidarme tampoco de las compañeras del curso, he aprendido muchísimo con vosotras también. ¡Gracias!

Marga Pérez. Educadora Canina.

Cardedeu,  enero de 2021

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